#33 Indiscreción

 INDISCRECIÓN

 


La leche condensada es lo que tiene, que te espabila. En condiciones normales, es decir, en las condiciones que te deja el subsistir con el ingreso mínimo, se hubiera vuelto directa a su habitación, a pensar en matarse o, como mucho, a descansar. De hecho esa fue su primera intención, pero como se había metido un chute de azúcar antes de subir y, además, se había traído el tubo, dejó al tío mirando al mar y cuando pasaba por la cuarta planta creyó que podría echarle un vistazo a la biblioteca y, ya de paso, fisgar entre las cosas del tipo raro y ver en qué consistía su chiringuito. Vale que es una intromisión en la intimidad de otra persona, pero a tomar por culo, ahora que se veía vital no iba a encerrarse en su habitación.

Biblioteca quizás fuera un término excesivo, solo un par de estanterías con libros viejos. Al primer golpe de vista tenía pinta de recopilación de donaciones, sin orden ni concierto. Antiguos números del Círculo de Lectores, antiquísimas ediciones del Selecciones del Reader’s Digest, Un Quijote para niños y cosas por el estilo. Allí estaba también la mesa que faltaba en recepción, sobre ella un portátil. El cabrón no se priva de nada. A su lado un libro de Mario Benedetti, otro de Francisco Umbral, Fray Luis de León, Bryce Echenique. Lecturas variopintas. Algún recorte de prensa. No lo pudo evitar, era la leche. La leche condensada. Encendió el portátil convencida de que solo se iba a encontrar porno. Hmm. Curiosa, así y todo. Nada de eso. Varios archivos de texto aparecían en el escritorio. Abrió uno al azar. Los microrrelatos tienen en común con la poesía… lo que faltaba. Otro escritor frustrado. Como ella. Abrió otro. En ese había varias direcciones electrónicas de editoriales. Definitivamente escritor, frustrado e iluso.

Espera un momento. Los ojos se le fueron a uno de los recorte de prensa. “Los microrrelatos tienen en común con la poesía…” Anda, mira. Ese se lo publicaron en la prensa. No. Espera, lo firma Walter Carrasposo.

Espera un momento. En el recorte viene la cara del articulista, el puto Walter Carrasposo. Espera un puto momento. Salió corriendo con el recorte en una mano y en la otra el tubo de leche porque le parecía que le estaba bajando el azúcar de la impresión. Subió a toda prisa el tramo de escaleras hasta el piso de arriba y se plantó delante del catatónico mirando al mar. Walter Carrasposo. Ese era Walter Carrasposo, enganchado a un gotero, mirando un póster y cagando en una palangana una vez cada tres días.

No había duda. Era él. Bastante desmejorado por el sustento de los cojones pero era él. Le quitó las gafas de sol para cerciorarse. Bueno. No había mucha diferencia así que volvió a ponérselas porque la mirada perdida del poeta, crítico feroz, la turbaba. ¡El tipo raro es el sobrino de Walter carrasposo! ¡Manda cojones! 

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