BUEN ENTENDEDOR
—Toma, tía. Un paquete de folios y una caja de bolígrafos. ¿Soy o no soy la madre que me pario?
—Los has robado.
—No. Los pagué. Para que no te diera reparo aceptarlos.
—¿Con qué dinero?
—Con la tarjeta de mi tío. Él no necesita la pasta de momento.
—¿Por qué me ayudas?
—Porque me da la gana. ¿Qué pasa?
—Es sospechoso.
—¡Anda, la hostia! Claro, lo lógico hubiera sido que te partiera la boca y te robara la cartera. Tienes pinta de estar forrada. ¿Tú te has visto? Das bastante penilla, tía. Arréglate un poco, péinate, sal a tomar el fresco, disfruta de la vida. Y luego escribe todo lo que tengas que escribir. Toma. Se te va a dormir la mano antes de terminar el paquete.
—Creo que me sobra con un folio.
—No me jodas, ¿Qué tenías pensado, dejar una nota de “adiós mundo cruel”? Eso está muy trillado.
—No, esa ya la dejé cuando me largué de casa. Me sobró lo de “mundo cruel”
—A buen entendedor, una palabra le basta. Seguro que pensaste eso.
—Justo.
—O sea, que desconfías de mí que te traigo bolis y al hijoputa que te echó de casa le supones inteligente y hasta con sentimientos. Te veo perdida, tronca, perdona que te lo diga. Así te las pegan. Programa antisuicidios. ¡Ja! Con dos cojones. ¿Sabes qué? Te voy a presentar a mi tío, así verás lo que es estar bien jodido. Vamos. Primero toma un poco de leche condensada que hay que subir hasta la última planta y el ascensor no funciona. Le tengo ahí porque le gusta mirar el mar. De paso paramos en el segundo. Quedan los restos de un gimnasio. Te lo digo para que no te mates escaleras arriba y abajo, que no te veo en buena forma precisamente. Es un gimnasio de geriatría, eso sí, no esperes elípticas, ni pesas, pero tal como estás, un poco piltrafilla, te basta y te sobra de momento. Mira es ahí. Bueno solo quedan paralelas, espalderas y esas ruedas pegadas a la pared, para mover los brazos. Enseguida lo superas. En la tercera planta había una cafetería, solo queda el mostrador, pero está bien tomarse una birra ahí, es como tener bar propio. Las birras las mango en el súper de la colonia. Bueno, a veces las pago, para no levantar sospechas.
—¿Nunca te callas?
—Vaaale. A buen entendedor… Lo que pasa que estaba falto de conversación. O sea, de una conversación normal. A mi tío le hablo, pero claro, él no dice nada, ni siquiera sé si me escucha. Y lo demás son buenos días, gracias, cuánto es, lo típico del día a día. Y tampoco creas que la gente está muy por comunicarse, que cada uno va a lo suyo, y te puedes pasar el puto día en la calle sin hablar con nadie. Yo suelo ira a…
—¿Es ese?
—Ese es.
—¿Está enfermo?
—No, qué va, está en stand by. Con el sustento.
—¿El sustento?
—La MQ intravenosa, es como las inyectables primeras pero en suero. Lo usan todavía en los geriátricos. Así no hay ni que darles de comer ni limpiarles el culo. Cagan una bolita reseca cada dos o tres días y no mean porque el cuerpo asimila todos los líquidos. Yo le hice esa hamaca con un agujero abajo, le pongo una palangana y listo. Ahí lo tengo. Mirando el mar. Pensé en ponerlo de cara a la ventana, pero desde la ventana no se ve más que esa puta escombrera, así que lo puse cara a la pared y le traje ese póster que me dieron en una agencia de viajes. Le quité lo de “Cruceros MarTínez” porque era una chorrada. Así parece que está de vacaciones, con sus gafitas de sol y todo, mira, polarizadas.
—Pero eso es cruel, está como catatónico, ¿no? Más le valdría estar muerto que en esa silla, con el gotero.
—No. Si mi tío tiene mucha vida interior. Era poeta, sabes, así que estará reflexionando en sus cosas. A veces le leo. Mira, de este libro que encontré en la biblioteca que hay en la cuarta planta. Ahí tengo yo montado mi chiringuito.
—¿Geometría Descriptiva? Le vas a volver loco.
—Qué va, ni se inmuta. También le canto, le enseño esas láminas de Escher… ¿Quieres conocerlo?
—¿A tu tío?
—Mi chiringuito, el estudio que tengo montado en la biblioteca. Ven. Verás qué chulo. ¡Hostia! No. Que hoy es jueves. Me tengo que ir. Mañana te lo enseño.
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