DE UN CASTILLO A OTRO. Louis-Ferdinand Céline


  1944. Los aliados han liberado Francia y las tropas alemanas en retirada conducen a un numeroso grupo de colaboracionistas del gobierno de Vichy al castillo de Sigmaringen. Más de mil personas angustiadas, sin norte ni futuro, se hacinan en un castillo laberíntico: oficiales, sus, esposas, sus amantes, colaboracionistas variopintos, entre ellos el propio Céline, su esposa, su gato y un amigo actor.

 A ver, aquí hay dos cosas; el autor y el libro. El libro es históricamente interesantísimo. Narra, desde dentro, en primera persona y de manera autobiográfica, los últimos coletazos del Tercer Reich, la caída de la Alemania nazi, retratando con crudeza la decadencia de sus últimos estertores. Luego está el autor, que al ser una obra autobiográfica, Céline se convierte en un personaje más, con su prosa delirante , que es... es... o sea...

¡Yo, que soy francés!

Una vez que uno se acostumbra a sus entrecortados lloriqueos, a sus frases inconclusas, a la profusión de puntos suspensivos, al inasumible precio de las zanahorias, a que no podía permitirse un coche ni una criada, ¡una criada!, a que estuvo preso en Dinamarca. ¡Preso! ¡Ocho años! ¡Él, que era francés de pura cepa! Torturado... condenado a muerte.. bueno, sí, y todo eso que no le molestaba, o le molestaba menos, cuando se lo hacían a los judíos que al sufrirlo en carnes propias. Una vez que te acostumbras a eso, digo, la lectura es imparable, el estilo mordaz y vertiginoso, ácido... Espera, que vuelve la burra al trigo; Él, que era francés de pura cepa. ¡Traidor! ¡filonazi! Él, que con sus pacientes era la misericordia en persona y los trataba a todos con extrema dulzura así fueran odiosos judíos que no merecían sino el infierno mejor pronto que tarde. Hombre, Ferdinand, como médico habrías hecho el juramento hipocrático, la difusa línea que separa el bien del mal no podemos ponerla justo por debajo de Mengele, coño.
 
Louis-Ferdinand Céline
Sí, reconozco que hay que leerlo con una mano bien agarrada al reposabrazos. El personaje tiende a gustarnos, como los grandes villanos de la ficción, pero sabemos que nada de aquello fue ficción, y lo que queremos es odiarlo, así que vuelve nuestro cerebro también a decirnos; ¡jódete cabrón! ya sabes lo que es el miedo. ¿A que no te caen ya tan bien los imprevisibles oficiales de las SS cuando tienes que hacerles un tacto rectal y un movimiento en falso puede llevarte al paredón? En fin, hay que leerla, por eso le doy cinco estrellas.

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