Por orden consistorial y en pos de una mejor y más rentable distribución de las estaciones del año, decidiose en Villaviciosa del Páramo, por contradecir a la oposición, que como su propio nombre indica se oponía, que la primavera fuera todos los miércoles. Dicen las malas lenguas que la oposición no se oponía sino que fingía oponerse para animar al actual equipo de gobierno a aprobar el decreto que ellos mismos habían rechazado cuando eran oposición y que había propuesto la actual oposición cuando formaban equipo de gobierno, pero eso, además de ser un chisme confuso, nunca se podrá verificar. Por lo general, esta estrategia de ambos partidos políticos de tildar de errónea o malintencionada toda iniciativa contraria, unida al doble sentido de las fuerzas entrópicas, a saber; así como todo orden presenta una tendencia equis al caos, todo caos no puede menos que presentar una tendencia equis hacia el orden, deviene al fin en una suerte de ordenamiento casual que permite que la vida en Villaviciosa del Páramo fluya sin más roces que los habituales en cualquier otra villa, pueblo o ciudad del mundo. En Villaviciosa del Páramo, como en todas partes, hay quien está a favor y quién en contra de lo que acabo de exponer sin que ello repercuta lo más mínimo en los acontecimientos diarios y mucho menos en las fuerzas de la naturaleza regidas por principios físicos. Sin embargo, y contra lo que manifestaba Chesterton en su Napoleón de Nothinghill, cuando decía: La raza humana, a la cual muchos de mis críticos pertenecen, juega desde tiempos inmemoriales a contradecir al profeta...] Resulta que la raza humana, excepto los tres que siguen este blog, se complace más en cumplir las profecías aunque tenga que ser a calzador que en contradecirlas. Es lo que se denomina profecía auto-cumplida y así, todos los miércoles los habitantes de la villa se ven presos en dos realidades diferentes fruto solo de sus propias opiniones políticas y quienes concuerdan con el partido “A” en que la primavera no puede obedecer a un decreto consistorial sino a los astros, no solo no sienten los miércoles ninguna alteración hormonal especial que les conduzca a la pasión así confluyan astros y miércoles sino que se niegan rotundamente a la cópula ese día de la semana arguyendo por lo general jaquecas o cierto malestar.
Por otra parte los afines al decreto del partido “B” redarguyen que la primavera es por naturaleza una estación pensada para los miércoles e independiente de ningún cuerpo celeste situado allá a tomar por culo, a miles de años luz, y se echan a la calle en busca de apareamiento y acaban el día, si hay suerte, follando como si no hubiera un mañana, o sea, un jueves, o sea, verano si es a la tarde, pero eso es otro decreto.
Caso primero es el de Ágata, (grabado 1) a la que observamos sentada en el jardín, a pesar de su ideología, emanando efluvios del todo primaverales. Caso segundo es Martín, (grabado 2) que pasea al otro lado de la tapia de acá para allá como si un enjambre de abejas le anidara en el corazón, o lo que vulgarmente se denomina picazón de camiseta, hasta que parece decidirse y asoma la cabeza por encima de la tapia.
— Hola Ágata —le dice mientras exhibe una sonrisa bobalicona de estatua griega—. ¡Qué bien que estás!
Ágata le ignora por ser de convicciones políticas contrarias y no sentir ninguno de los efectos de la primavera de los miércoles ni hacia Martín ni hacia ninguna otra criatura.
—Es miércoles —dice Martín ignorando a su vez la fría actitud de Ágata—, podíamos echar un polvete.
—Ni lo sueñes —responde Ágata—.Yo no me dejo encandilar por un decreto municipal de tres al cuarto y menos de un alcalde que pretende controlar por ley las fuerzas de la naturaleza. La primavera los miércoles, a quién se le ocurre, atravesada en medio de la semana. Si fuera los viernes aún lo entendería o los sábados como propusimos nosotros, pero en miércoles... hombre, por dios. Ven el sábado y hablamos.
Martín titubea y Ágata aprovecha para reforzar su argumento:
—Además— dice sin siquiera mirarle—, Punto uno; primero se pregunta qué tal estás y soy yo la que debería decir que estoy bien si acaso lo estuviera. Punto dos; no soy tan fácil como dicen por ahí. Y punto tres, follar es una entelequia —sentencia con una frialdad más propia de un lunes invernal.
—Pero es que lo estás —dice Martín—, se ve desde aquí que estás estupenda, ahí toda repantigada... ¿Cómo entelequia... —reacciona Martín— ...cómo que follar es una entelequia?
—Una entelequia, sí
—Pero, ¿entelequia en el sentido aristotélico o en el sentido puramente lingüístico?
—¡Qué más da! —responde Ágata sin reparar en las consecuencias.
—¡Cómo no va a dar más, alma de Dios! — Se envalentona Martín desde detrás de la tapia—. En el sentido aristotélico “entelequia” significa que una cosa tiene el fin en sí misma, o sea, que si follar fuera una entelequia en el sentido aristotélico el fin de follar sería follar que viene a ser lo que yo propongo, echar un polvete por echarlo, mientras que en el sentido lingüístico una entelequia es una cosa irreal, una quimera, un concepto puramente teórico que jamás puede darse en la práctica.
—Pues eso, en el lingüístico —responde Ágata sin desviar la mirada de sus uñas recién pintadas—. Una cosa imposible, vamos. O no sabes que dos cuerpos no pueden ocupar nunca el mismo espacio. El contacto es una cosa que nunca se da, los átomos no se tocan entre sí. Ni siquiera los átomos de tu propio cuerpo están en contacto los unos con los otros, van a llegar a estarlo con los del mío. Hombre, por Dios.
—Pues más a mi favor. Follamos pero no cuenta, por lo de los átomos.
—Venga, va. Tira pa’ dentro.
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