#4. Una cada veinticuatro horas

UNA CADA VEINTICUATRO HORAS

 


El papelito venía en una de las cartas, con la orden de desahucio. Cortar por la línea de puntos. El farmacéutico le pidió la receta. Ella introdujo el papelito a través de la ranura. Él verificó el código de barras mientras la escrutaba de arriba abajo desde detrás del cristal. Le explicó que ahora venían en pastillas y que las inyectables habían sido retiradas por las autoridades sanitarias por culpa de las jeringuillas, y añadió con cierta impertinencia —Que las dejáis siempre tiradas por cualquier parte—. También le advirtió en el mismo tono prepotente, paternalista, que el papelito era provisional, para la primera entrega, un trimestre, y que tenía esos tres meses para solucionar el papeleo y conseguir la receta definitiva, y que no lo dejara para el último día. Luego le describió el producto como si ella fuera incapaz de descifrar un prospecto. Ella, precisamente.

Proteínas, vitaminas, sales minerales, azúcares… todo lo necesario. Posología, una cada veinticuatro horas. Efectos secundarios leves, meas rosa y apenas cagas. Volvió a recordarle lo de la receta y ella dijo que ya veríamos. Eso hizo sospechar al farmacéutico y cuando ella introdujo su mano por la diminuta ventanilla intentando alcanzar la cajita él la detuvo. Puso su mano enguantada en látex sobre la suya y, esta vez amenazante, le dejó bien claro; —Mira, este es el Ingreso Mínimo Vital, una vez solicitado dejarse morir constituye un delito tipificado en el código penal. Te lo digo para que no te metas en líos.

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Comentarios

  1. Los pequeños relatos condensan las historias y nos dejan con las ganas de que prosigan.

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