El corazón del espantajo

Un viejo sombrero de aire y de paja

cubre la cabeza de tela de saco.

La mirada, ciega, de botón de pasta.

La boca, cosida, con cuerda de esparto.

 

El pecho está hecho con zarzas y trapos

que en puros andrajos ha tornado el tiempo.

Dos ramos le sirven de inútiles brazos

y un poste torcido lo sujeta al suelo.

 

Sufriendo la lluvia, el granizo y el viento,

en medio de un campo que nadie cultiva,

memoria perdida de lo que fue un pueblo,

un viejo espantajo los cielos vigila.

 

Qué inútil se siente el pobre espantajo.

Ni un grajo se acerca a ese campo yermo.

¿A qué han de venir a este descampado?

No hay trigo ni avena, cebada o centeno.

 

Los jóvenes fueron detrás del destino.

Los viejos también, se fueron muriendo.

Solo este fantasma soporta el olvido

clavado en la tierra seca del desierto

 

Un cuerpo compuesto de palos y harapos,

último habitante de un rincón perdido.

Piensa que la muerte no sería un mal trato

Aunque, para eso... tendría que estar vivo.

 

De pronto ¡caramba! entre sus costillas

de zarzas resecas algo se ha movido.

—¿No es un corazón eso que palpita?

¡Es un corazón, que puedo sentirlo!

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—No soy corazón, soy un jilguerillo

que busco refugio dentro de tu pecho.

Si me lo consientes puedo hacer mi nido

con estos jirones aquí en tu esqueleto.

 

—Si te lo consiento has de prometerme

ser mi corazón esta primavera

y cuando, por fin, vueles y me dejes,

descorazonado, moriré sin pena.

 

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