Una cosa buena que tiene la ignorancia es que te regala la capacidad de convertir cualquier novedad en un gran hallazgo. Como mi ignorancia es vasta, no hay día que no me asombre de algo que en realidad estaba ahí desde hacía mucho tiempo. Ese gran descubrimiento ha sido esta vez António Lobo Antunes, al que desconocía por completo, y lo he descubierto a través de una de las muchas novelas que componen su copiosa obra literaria. A pesar del esfuerzo que me ha supuesto leerla, me ha dejado un maravilloso sabor de boca y una sonrisa en la cara; “El orden natural de las cosas” (“A ordem natural das coisas”, 1992, Ed. D.Quixote, mi edición, la de la foto en el cadalso).
Antes de escribir esta reseña busqué algunas otras por ver qué opinaban otros lectores en español y, mira tú, la mayoría eran negativas; que si enrevesado, que si complejo, que si confuso... etc. Esa es otra cosa que me sorprende y no debería, porque ya lo advertía Descartes cuando decía en su "Discurso del método" que “...la razón (el buen juicio según qué traducciones) parece ser la virtud mejor repartida del mundo, pues nadie parece estar descontento con la parte que le ha tocado” y es que me parece una osadía bastante estúpida calificar una obra en virtud de lo que nos haya costado leerla sin plantearnos primero si la dificultad residía en la complejidad de la escritura o en la incapacidad del lector. En fin, que me lío.
Como digo, a mí me ha costado mucho esfuerzo esta lectura porque supera bastante mi nivel de portugués leído, no lo había notado con Saramago, que tampoco es amigo de las comas. Con Antunes, a esa característica del libre uso de los signos de puntuación, parece ser el portugués más flexible en ese sentido que el español, se suman los diálogos contados o recordados por personajes, sin raya de diálogo, por supuesto, los recuerdos entrelazados con las vivencias y lo real mezclado con lo imaginario, en una prosa, en ocasiones, vertiginosa. Eso hizo que no pocas veces hubiera de releer párrafos enteros para saber qué diablos estaba sucediendo. ¿Lectura compleja? No, torpeza del lector, pero una vez releído comprendes que solo así podría haber sido contado. Es así cuando, y cómo, comienzas a entrar en el fondo de los diez personajes que narran en diferentes soliloquios la triste vida de una triste familia en una Lisboa triste y gris en un triste Portugal, coetáneo y posterior a la dictadura salazarista. Es así como consigue el autor que esta tristeza que no parece afectar lo más mínimo a los personajes tampoco te afecte a ti y la enfrentes como enfrentas tu propia vida, con resignación cotidiana y, a veces, con humor. Y es que a pesar de que la tristeza es, creo yo, la verdadera protagonista de esta novela, aunque la sinopsis de la edición española diga que es la muerte, es una novela que se lee con una sonrisa en la cara. Una sonrisa tal vez amarga, pero una sonrisa. Y esa sonrisa se te queda en la boca tras terminar esta triste historia. Es por ella, por la sonrisa, que no puedo menos que recomendar su lectura y calificarla con cinco estrellas, o diez sobre diez o como quiera que queramos calificar una novela cojonuda.
En la edición portuguesa que he leído, nada se dice al respecto de la muerte en la sinopsis. En realidad nada se dice al respecto de nada porque no hay sinopsis, no hay nada, que es lo mejor que se puede decir de una gran obra. Entras al libro como quien se adentra en una oscura caverna sin saber qué te vas a encontrar ahí dentro, que es como a mí me gusta entrar a los libros, ahí, a la aventura (ahora temo haber contado de más, si acaso compartes la misma idea). También la portada es diferente y, de nuevo, para mi gusto personal y tal como yo he entendido el texto, mucho más acertada la de la edición portuguesa que la española. Dejo foto de ambas para que podáis comparar.
Dejo también esta lectura de un texto de António Lobo Antunes, en el que reflexiona sobre la necesidad de los mediocres. Está en portugués pero creo que, acompañada del texto como está y dado que es una lengua hermana, da para compreender.
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