#14. Chup, chup, chup

 CHUP, CHUP, CHUP

 


Sentía la boca espesa, la lengua dulce. ¿Cuánto tiempo habría estado inconsciente? El tiempo es una cosa difícil de entender. Ya Schopenhauer explicaba… Bueno, da igual. Se sentó de nuevo en la cama. Ya no recordaba ni alienígenas ni picoletos. La ventana cerrada, el armario empotrado, la mesita al lado de la cama, el olor… Espera. Ese no era su olor. No, no estaba en su habitación. Esa habitación era la de alguien sumido en el abandono durante mucho más tiempo. Apestaba. En el cajón de la mesita un trimestre entero y otro empezado. Un subsidiario, seguro. ¿Y en el armario? ¡Qué coño! ¿Leche condensada? Claro. Ese era el sabor de su boca, la dulzura, la pastosidad. Le habían dado leche condensada. El maravilloso azúcar la había devuelto a la vida. Habría por lo menos doscientos botes de leche condensada dentro del armario. Diferentes marcas, diferentes formatos. En tarros, en botes de aluminio, en dispensadores de plástico y hasta aquellos olvidaos tubos, como de pasta dentífrica, alguno a medio chupar pero la mayoría con su precinto original. Cogió uno y salió de la habitación. Ya en el pasillo inmediatamente se ubicó. Era la habitación cerrada. La primera subiendo de recepción.

Corrió hasta la suya y se encerró en ella con una incontrolable necesidad de chupar aquel maravilloso tubo de recuerdos infantiles. Chup, chup, chup.

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