LOS DOS EXTREMOS DEL UNIVERSO
Pienso en los pasajeros de ese crucero. Ahí, detenido. Tal vez esperando entrar a puerto.
Puedo imaginarlos despatarrados en sus hamacas, cada uno al lado de su propio gintónic. Contemplando esta isla paradisíaca polarizada a través de sus gafas de sol. Con escasa noción del tiempo, quién sabe si pensando si acaso se mueven. Enmarcando la isla entre los dedos gordos de sus pies y valorando que tal vez estuvieran mejor allí que aquí. Es decir, mejor en su allí que es mi aquí, que en su aquí que es mi allí.
Pudiera ser incluso yo mismo viniendo a esta isla hace unos días. Imagino una línea que nos une a ambos, desde mi entrecejo al entrecejo de ese otro yo de hace unos días que tengo enfrente. Esa línea guarda una proporción, como todas, una relación inmutable. Siempre hay una relación. Esa línea es tres veces y pico el diámetro de una circunferencia, esa línea es Pi.
La circunferencia imaginaria rueda sobre Pi cruzando la costa, sale de mi entrecejo y, tras una vuelta completa, toca el entrecejo de ese yo al otro extremo de la línea, en cubierta, justo en el mismo punto que tocó mi propio entrecejo. Pi. Ahí están los dos extremos del universo, aquís y allís respectivamente. Tan claros, tan finitos.
Pero Pi es tres veces y pico el diámetro de la circunferencia. Exactamente 3,14159… los decimales de Pi son infinitos. La relación entre el diámetro de una circunferencia y su longitud es una constante que jamás llega a darse, es una sucesión irresoluble. Ahí está el infinito. Escondido entre los decimales de Pi, con sus dos extremos finitos que tanto pueden ser aquís como allís.
Perfecto. Ya solo me queda resolver cuánto tiempo llevo mirando el maldito crucero. Si acaso el tiempo existe.
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