GRACIAS, ORFEO.
Vale. Ahora sí que necesitaba una ducha. No tanto por quemar el azúcar como por la sudada que traía de correr por las escaleras. También hacía tiempo que no jadeaba, y esa hiperventilación la excitaba. A quién no, es cosa del oxígeno.
La ducha es siempre un refugio. El agua caliente arroyándote por la espalda, por el pecho, por el vientre, entre los muslos. Siempre placentera. Los oídos taponados, eso es lo mejor, como si estuvieras sumergida en el océano. Ese repiqueteo sordo de las gotas cayendo sobre tu cabeza, apagado, como un eco de lluvia sobre un tejado lejano. Cierras los ojos y escuchas tu respiración, tu corazón. Bajo la ducha solo se oye tu cuerpo y el agua envolviéndote. Bajo la ducha el mundo se puede ir a la mierda. Es casi como comer un helado. La pastilla de jabón resbala por la piel, nada comparable al gel de baño. La pastilla es sólida, está ahí, como un beso, como una lengua que te lame entera. Y luego, claro, están las manos, los dedos. Imposible saber dónde reside el placer, si en la parte tocada o en la parte que toca, que todo es tacto. Todo son terminaciones nerviosas, más aquí que allí, pero piel y nervio todo ello. Imposible saber dónde termina la higiene y empieza el goce. Quizás no exista tal solución de continuidad. Todo es gozo y todo es higiene, claro que sí. Higiene mental. Otra manera de abandono salvador. Todo ahí, bajo esa lluvia privada que silencia el mundo. Solo impulsos desde lo más profundo del cerebro, ahí donde residen los secretos, hasta el límite exterior de la persona, hasta la piel. Un universo infinito bajo la ducha. Con el último gemido, apenas reconocido como propio por el largo silencio, brotó la música. Estando las cuerdas vocales ya en acción tras el orgasmo, ese gemido se volvió tarareo. No. Tarareo no es la palabra. Cómo coño se dice cuando dejas salir la melodía por la nariz. Bocaquiusa, eso es. Ese gemido se volvió canción a bocaquiusa, como Eurídice cantando una mañana de carnaval en Orfeo Negro. Hermosa melodía de muerte que da paso a un samba de vida y hace salir el sol de debajo del horizonte. Empezaba a reconocer su voz, poco a poco, nasalmente, a bocaquiusa, pero era su voz resucitando, amaneciendo, gracias a la música, gracias a Orfeo.
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