POR BOSQUES Y/O RIBERAS
—Maldita sea. Ya estás otra vez. Fray Luis de León nunca dijo eso.
—¡Cómo que no!
—¿Cuándo lo dijo?
—Un día.
—¿Dónde?
—Allí donde la envidia y mentira lo tuvieron encerrado. Lo que pasa que estaba solo, en una mazmorra, y nadie lo vio ni lo oyó.
—Ja. ¿Y cómo sabes tú que lo dijo?
—¿Cómo sabe usted que no lo dijo?
—Conociéndole, es imposible que dijera eso.
—Conociéndole, es imposible que no lo dijera.
—¿Y no será —había sido la pregunta desencadenante de la discusión que, dicho sea de paso, tenía toda la pinta de ser retórica—, simple incapacidad tuya, cuentista, para escribir más de doscientas palabras seguidas con cierta coherencia?
—Será —había respondido, no obstante, el cuentista al insigne escritor de tochos—. Pero como dijo Fray Luis de León —añadió;
Diréis que yo soy parco y descuidado.
Diréis que soy vergüenza entre escritores.
Apiádense mejor de sus lectores,
que en un no suceder dejan la vida,
y en vos verían virtud agradecida
la torpe brevedad que en mí es pecado.
(Este capítulo carece de ilustración de cabecera sin razón alguna, porque sí. En su lugar, me comprometo a ilustrar algún día un poema de Fray Luis de León.)
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