MICRORRELATOS
—Walter Carrasposo, supongo.
—Supones bien.
—Me han largado con usted, no nos soportan.
—Ya, pero a mí por escribir.
—Claro, a mí por hablar. Pero también escribo, ¿sabe? Escribo microrrelatos.
—Eso me temía.
—¿Sabe qué tienen en común los microrrelatos y la poesía?
—Que ocupan media página.
—Exacto. Y ¿Sabe cuál es su principal problema?
—Que ocupan media página.
—Exacto. Veo que nos vamos a llevar bien, señor Carrasposo. ¿Sabe por qué microrrelatos y poesía son un género minoritario?
—Porque ocupan media Página.
—Exacto. Tenemos mucho en común, aunque usted no lo crea. Verá. En esa media página va contenida muchísima información, concentrada, condensada. Eso es un problema para el autor, que se la juega. En esa media página ha de tomar muchas e importantes decisiones, qué poner, qué quitar, qué decir, qué ocultar. Pero para el lector no resulta menos puteante, que tiene que leer lo no escrito, descifrar lo callado, desvelar lo oculto. Y todo en un instante de intensa concentración. Para el lector de microrrelatos, o de poesía, la lectura de esa media página puede resultar enriquecedora pero también extenuante y pasar de un poema a otro, de un microrrelato a otro, puede convertirse a veces en un auténtico calvario porque debe olvidar lo recién leído para empezar a asimilar lo que está leyendo. Volver a ubicarse en el nuevo escenario, escuchar al nuevo personaje, abrirse a aceptar una nueva historia. Un microrrelato no da tregua, como la puede dar una novela. Dos microrrelatos son una carrera de cien metros. Tres, un mil quinientos. Una compilación de microrrelatos es una puta maratón para el lector. Son mil novelas.
—Te estás pasando media página.
—Exacto, señor Carrasposo, para dar tregua.
Cuánta razón.
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