UNA VUELTA MÁS
Chup, chup, chup. Una vuelta más y comenzarán a brotar los recuerdos de la adolescencia. Terreno peligroso. Amores eternos, oscarwildianos, claro, esos que duran menos que un capricho. Desamores feroces, estos lordbyronianos, atormentados aunque también fugaces. La virginidad, al fin perdida, como botella de champán que se descorcha. Maldita metáfora, la de la botella de champán. Pum, y ya está. Siempre festejada con aplausos y risas. Pum, y ya está. Todos raudos a arrimar la copa, que se derrama en un segundo. Pum, y ya está. Brindis, sorbito y más risas. Pum, y ya está. Y a los diez minutos no hay quien se trague esa mierda. Pum. Y ya está. Infancia. Pum. Adolescencia. Pum. Virginidad. Pum. Juventud. Pum, y ya está. Ni tiempo para los putos aplausos ha habido. Aún guardaba el corcho en el cajón de la mesa. No ya no. Ya no tenía mesa, ni casa. Demasiado azúcar. Ahora tendría que quemarlo de alguna manera. Una ducha caliente y una paja se presentaban como la mejor opción.
(Para quién se esté preguntando cómo un edificio aparentemente abandonado puede tener agua caliente podría decir que, debido a la desindustrialización de la comarca, quedaron multitud de pozos de mina abandonados y que un joven ingeniero diseñó un novedoso sistema por el cual, mediante una red hídrica subterránea que aprovechaba la energía geotérmica del subsuelo, podía suministrar agua caliente con nulo gasto y que se puso en marcha de manera experimental en algunos edificios institucionales pero que, como resultaba en un importantísimo ahorro, fue al final desestimado el proyecto, despedido el ingeniero, y debido al alto coste de su desmantelamiento, optose en su lugar por desalojar el edificio dejando la estructura tal cual. Pero no es por eso, tiquismiquis. Ahora os jodéis y no pongo la escena erótica).
No. No era momento para pajas. Mejor correr arriba y abajo por las escaleras para quemar el puto azúcar. Hop, hop, hop. Rodillas arriba. Una vuelta más.
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